La palabra

La palabra

Qué bonito cuando nos vivimos humanos, simples y sencillos.

Qué bonito cuando nos sentimos comprendidos y entendidos en la profunda intimidad del ser.

Qué bonito confiar en la palabra del otro, en aquello que nos dicen, que nos anuncian, que nos explican que nos seducen.

Y cuánta fragilidad hay en lo dicho, en la palabra, cuánta fragilidad hay en aquello dicho y no cumplido, cuando ésta no se cumple u ondea los horizontes de la mentira.

Mentir.

Cómo de sólida y profunda puede ser nuestra palabra o la del otro cuando se emite desde la sinceridad y la generosidad de mostrarnos tal cual y cuan agresiva puede llegar a ser cuando se sostiene en el terreno del parecer, aparentar o engañar.

Decir para negar.

Hablar para contradecir.

Y en ese escenario de incierta verdad establecer la relación.

¿ Qué tenemos más allà de la palabra ? de esa bonita acción de narrarnos, de explicarnos, de llegar al otro, de llegar a nosotros mismos.

Qué delicadas son las palabras.

Cuánto poder tiene la palabra.

Cuánto nos identifica, nos define y nos presenta al otro.

¿ Qué narran nuestras palabras? ¿Qué desean ? ¿Qué prometen? ¿ Qué nos cuentan nuestras propias palabras ? nuestra narrativa, nuestro discurso, cómo nos define y nos sitúa en el mundo.

¿ Porque nos hemos parado a pensar alguna vez qué pacto tenemos nosotros mismos con nuestras propias palabras ? ¿ a qué nos comprometen, a qué nos comprometemos cuando hablamos con el otro, a qué le comprometemos, en qué pacto velado de coherencia relacional nos y le situamos ?

¿O es que vivimos actualmente en un momento histórico en el que el compromiso con el otro, la coherencia interna personal es un valor que ya no es actual, no está de moda, se encuentra también flirteado y amenazado por diferentes filtros como los utilizados en Insta Gram, que lo mejoran y lo ensalzan todo hasta la perfección, sabiendo que luego se hunde hasta la más necia realidad de la perfecta mentira ?.

La palabra, más allá de ser un don, es una rúbrica, es nuestra rúbrica personal. Con ella nos relacionamos, nos afirmamos, nos definimos y con ella nos presentamos al mundo de las relaciones y al mundo de los afectos.

La palabra y sus afectos, nos comprometen. Y con ellos, nos entrelazamos con el otro dibujando y diseñando perfectas relaciones de amistad y amor basadas en pactos velados o no, de compromisos hablados o no.

Y cuando ella nos define, nos declina y nos adjetiva nos permite mostrarnos cómo pensamos, cómo sentimos, cómo sufrimos y cómo nos compartimos.

En un momento histórico profundamente seducidos por la potencia de la imagen y la mirada, seducidos por el sentido de la vista y de sus consecuencias emocionales, la palabra y la escucha andan relegadas al cuarto trastero que una tenue bombilla, de las de antes, alumbra e ilumina con cierta dificultad.

Las de antes, bombillas de poco voltaje, iluminaban tímidamente el espacio pero quizás lo hacían desde la delicadeza que daba una tenue luz indirecta que se atrevía a iluminar con discreción y templanza lo que andaba tapado en la oscuridad.

La palabra es para el ser humano una luz potente y clara que le define y le perpetúa.

Cuando decimos de alguien que “tiene palabra”, no nos referimos justamente a que tiene capacidad de oratoria, ni riqueza de vocabulario, ni de yuxtaponer frases hechas o parafrasear metáforas y otras riquezas del lenguaje. Cuando decimos de alguien que “tiene palabra” nos referimos a la lealtad, coherencia y firmeza interna que tienen sus palabras.

Una coherencia que le da valor.

Una firmeza que ofrece seguridad.

Una lealtad que asegura y atesora la confianza que genera la dignidad humana.

¡Seamos personas, de palabra !

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Cristina Páez